El término Mindfulness, hace referencia a un estado mental de consciencia plena de la experiencia del momento presente, sin juicios y con aceptación; pero se utiliza también para denominar la práctica o el entrenamiento que lo promueve. En este sentido, el Mindfulness consiste en prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar, según lo define J. Kabat-Zinn (1994), médico estadounidense que introdujo esta práctica en el contexto clínico en occidente.
De acuerdo con Bishop et al. (2004), podemos entender la práctica de Mindfulness como un proceso de autorregulación de la atención, que nos va a permitir orientar una atención de calidad, de manera consciente, a la experiencia actual; así como establecer una relación saludable con la propia experiencia al abrirnos a ella y adoptar una actitud de curiosidad y de aceptación ante la misma.
Esta práctica ha despertado el interés de los científicos, quienes han puesto y siguen poniendo en evidencia sus múltiples beneficios para la salud física y mental. Así pues, son varios los estudios que han demostrado que la práctica de Mindfulness contribuye favorablemente a la reducción del estrés, de la ansiedad, de la depresión, del dolor crónico; promueve el desarrollo de ciertas funciones cognitivas como la atención o la memoria y mejora el funcionamiento inmunológico, entre otros.
A lo largo de nuestra vida, nuestro cerebro se modifica a nivel funcional y estructural, en función de las experiencias que vivimos, especialmente de aquellas que se repiten durante un largo periodo de tiempo. Esto es lo que se conoce como plasticidad cerebral o neuroplasticidad. En el área de las neurociencias, son también varios los estudios que han puesto en evidencia que la práctica frecuente de Mindfulness produce cambios neuroplásticos positivos, incluso a corto plazo.
Como exponía en el artículo anterior PONGAMOS FRENO A NUESTRO PILOTO AUTOMÁTICO, hoy en día, debido en gran parte a los avances tecnológicos, vivimos más rápido de lo que lo hacían las generaciones anteriores: hacemos más cosas en menos tiempo, ejecutamos más tareas en simultaneo, nos comunicamos y nos desplazamos más, más lejos, y con mayor frecuencia. Este ritmo de vida, aparte de poner a prueba los límites de nuestro equilibrio psicológico, nos lleva a funcionar en modo automático, sin ser conscientes de lo que estamos haciendo ni de cómo nos estamos sintiendo. En este contexto, la práctica de Mindfulness resulta de gran interés, pues nos enseña a llevar el foco de nuestra atención hacia el interior, ayudándonos a ser más conscientes de nuestra propia actividad interna y de nuestro modo de funcionar; nos permite ganar insight (“visión”) sobre nuestra mente y adoptar una perspectiva descentrada sobre nuestros pensamientos y sentimientos (Safran & Segal, 1990; Bishop et al., 2004). Es decir que, a través de la práctica de Mindfulness, lograremos una mejor comprensión de nosotros mismos y de nuestra manera de actuar, lidiaremos mejor con nuestros estados mentales y emocionales, y seremos capaces de tomar decisiones y de llevar a cabo comportamientos que estén en sintonía con nuestra forma de pensar y de sentir con más facilidad (Brown & Ryan, 2003). En consecuencia, seremos más propensos a experimentar quietud y seremos capaces de hacer frente a los problemas con mayor entereza.
A partir de esta práctica podremos desarrollar nuevas formas de afrontar esas situaciones que tienden a desestabilizarnos emocionalmente y, además, sabremos manejar mejor nuestras emociones. De hecho, se ha puesto en evidencia que la práctica de Mindfulness mejora nuestras competencias de regulación emocional, promueve las experiencias emocionales positivas y disminuye las negativas (Brown & Ryan, 2003). Esta práctica nos ayuda a mejorar nuestra relación con nuestras experiencias internas (pensamientos, emociones y sensaciones físicas), en parte, gracias a la adopción de una actitud más abierta y tolerante hacia las mismas.
En líneas generales, el Mindfulness como práctica es un proceso de entrenamiento atencional que nos ayuda a vivir de manera más consciente, que nos permite desarrollar ciertas habilidades que podemos aplicar en nuestra vida diaria, y que está asociado a múltiples beneficios tanto a nivel físico como mental.
Además… ¡es una práctica que todos podemos realizar! ¿Te animas a probar?
Ana Isabel García-Izquierdo Peribáñez
Psicóloga y psicoterapeuta
Graduada en psicología, especializada en psicología clínica y psicopatología integrativa por la Universidad Paris Descartes (formación académica, profesional y de investigación), psicoterapeuta con un enfoque integrativo certificada por la ARS de Île de France y Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia.
Bishop, S.R., Lau, M., Shapiro, S., Carlson, L., Anderson, N.D., Carmody, J., Segal, Z.V., Abbey, S., Speca, M., Velting, D., & Devins, G. (2004). Mindfulness: A proposed Operational Definition. Clinical psychology: Science and practice, 11 (3), pp. 230-241
Brown, K.W. & Ryan, R.M. (2003). The benefits of being present: Mindfulness and its role in psychological well-being. Journal of personality and social psychology, 84 (4), pp. 822-848
Davidson, R.J., Kabat-Zinn, J., Schumacher, J., Rosenkranz, M., Muller, D., Santorelli, S.F., Urbanowski, F., Harrington, A., Bonus, K., & Sheridan, J.F. (2003). Alterations in brain and immune function produced by mindfulness meditation. Psychosomatic Medicine, 65, pp. 564-570
Davis, D.M. & Hayes, J.A. (2012). What are the benefits of mindfulness. American psychological association, 43 (7)
Kabat-Zinn, J. (1994). Wherever you go, there you are: Mindfulness meditation in everyday life. New York: Hyperion
Safran, J.D., & Segal, Z.V. (1990). Interpersonal process in cognitive therapy. New York: basic Books
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