A lo largo del confinamiento decretado a causa de la pandemia de coronavirus, hemos podido ver diversos tipos de comportamientos prosociales, como la elaboración de mascarillas caseras para los sanitarios, la distribución de alimentos y productos de primera necesidad a las personas más vulnerables o el entretenimiento de los vecinos a través de actividades lúdicas o artísticas llevadas a cabo en los balcones, entre otros. Sin embargo, en los últimos coletazos de este encierro, algo que estamos viendo en los balcones y que contrasta con lo recientemente mencionado es lo que se conoce como “Policías de balcón”. Popularmente hemos adoptado este término para hacer referencia a las personas que, desde sus balcones, denuncian a aquellos que creen que están incumpliendo el confinamiento y utilizan este supuesto quebrantamiento de las reglas como excusa para insultarles, escupirles o lanzarles objetos de manera agresiva. Estas reacciones por parte del vecindario, aparte de desproporcionadas, en muchos casos son injustificadas, pues sabemos que muchas de las víctimas han sido personas que durante el confinamiento han debido salir a trabajar para asegurar los servicios básicos e imprescindibles para todos nosotros (personal sanitario, farmacéuticos, personal de supermercado etc.) o personas que, debido a sus circunstancias, cuentan con un permiso excepcional para salir a la calle, como las personas con autismo y su acompañante, por ejemplo.
¿De dónde viene toda esa agresividad?
Después de más de dos meses de aislamiento, de miedo, de incertidumbre, de lucha contra la pandemia y de vernos obligados a afrontar las repercusiones que ésta última está teniendo en cada uno de nosotros (fallecimiento de seres queridos, problemas económicos, problemas familiares etc), nuestros recursos para gestionar las emociones negativas que experimentamos en consecuencia se van agotando y podemos sentirnos sobrepasados por las mismas.
Algunas personas pueden percibir la situación o ciertos aspectos de la situación como injustos u obstaculizantes y, como comentaba en el artículo anterior LA SALUD IMPORTA ¡Y MUCHO!, son precisamente este tipo de percepciones las que propician la emoción de ira. En determinadas ocasiones, cuando no logramos regular eficazmente nuestra ira, podemos tratar de liberarnos de ella descargándola sobre los otros a través de conductas agresivas. ¿A quién no le ha pasado alguna vez que, tras haber tenido un mal día en el trabajo y haberse sentido frustrado y enfadado, se ha desquitado con personas que no lo merecían (con su pareja, con sus hijos, con sus padres, etc.), por un simple comentario? Este fenómeno que nos resulta tan familiar se conoce en psicología social como la agresión desplazada y es el resultado de una ira mal gestionada.
La agresión desplazada puede definirse como la expresión de la ira a través de conductas agresivas que son dirigidas hacia un objeto o persona que no tiene nada que ver con la fuente de nuestro enfado. Como indicó N. Miller (1941) en su teoría de la frustración-agresión, este fenómeno tiene lugar cuando no podemos dirigir la ira que sentimos hacia el agente que consideramos que la provocó, ya sea porque no está disponible (p. ej: la persona que desató nuestro enfado se fue antes de que pudiéramos reaccionar ante su comportamiento), porque la fuente de nuestra frustración es intangible (p. ej: nos sentimos irascibles debido al mal tiempo) o porque tememos que puedan tomar represalias contra nosotros (p. ej: si es nuestro jefe quien ha provocado nuestro enfado, podría despedirnos si lo confrontamos). Es entonces cuando, injustamente, descargamos nuestra ira contra personas inocentes a través de comportamientos agresivos leves, como malas contestaciones y gestos hostiles; o bien más graves, como insultos, amenazas, provocaciones e incluso agresiones físicas. Estas últimas formas de agresividad manifiesta convendría explorarlas, pues podrían estar sujetas a una psicopatología subyacente.
La situación que estamos viviendo actualmente, es susceptible de despertar ira en muchas personas, pero ¿a quién puede uno manifestársela?, ¿al coronavirus por existir?, ¿al murciélago que lo albergaba?, ¿a China?, ¿al gobierno?, ¿a todos ellos?… No resulta catártico expresar la ira sobre blancos difusos e impalpables. Como mencionaba, cuando la fuente que provoca nuestro enfado es intangible, nos resulta más difícil regular nuestra ira por el hecho de no poder expresársela a quien consideramos que la provocó, y esto nos obliga a buscar otras estrategias que nos permitan regular eficazmente esta emoción. Ahora bien, si no somos capaces de recurrir a estrategias alternativas que resulten eficaces en su objetivo, lo que puede ocurrir es que manifestemos comportamientos como los que estamos observando en los balcones, es decir, que ciertas personas vayan en la búsqueda de blancos sobre los que volcar su cólera, beneficiándose así de una ilusoria y fugaz sensación de liberación de su malestar emocional. Como afirmó John Dollar (1938), investigador en psicología social, cualquier individuo que pueda ser considerado fuente de irritación será un blanco probable sobre el cual desplazar la agresión, pues los pequeños actos susceptibles de provocar cierta molestia o irritación sirven de justificación para la respuesta agresiva.
Haciendo referencia a los “Policías de balcón”, son varios los motivos que hacen que las personas que incumplen la ley sean la excusa perfecta para que algunos vecinos vuelquen su ira sobre ellas. La infracción de los viandantes, por un lado, permite a los agresores justificar su actitud y, por otro, pone al peatón en una posición de indefensión, pues poco se puede argumentar cuando uno está llevando a cabo un acto ilegal. En relación con la indefensión, los estudios concuerdan en que las personas sobre las cuales se desplaza la agresión suelen ser en apariencia personas agradables, esto puede deberse a que se espera una menor respuesta ante la agresión por parte de éstas, lo que las convierte en el blanco perfecto.
En complemento, se ha evidenciado que una vez se pone en marcha el comportamiento agresivo, la tolerancia a la irritación disminuye y cualquier mínimo acto que la provoque puede desencadenar respuestas agresivas desproporcionadas por parte del agresor (Buss, 1961; Worchel, 1966). Es precisamente por eso que se observan situaciones en las que los viandantes tratan de defenderse explicando las razones legítimas por las cuales están en la calle y los agresores rechazan sus argumentos o responden más violentamente. Lo que les importa no es la legalidad del comportamiento, sino aferrarse a la mínima excusa que les permita volcar sobre alguien la ira que no logran gestionar por sí mismos.
La inteligencia emocional y especialmente el hecho de disponer de buenas capacidades de regulación emocional está inversamente relacionado con la manifestación de conductas agresivas y de conductas agresivas desplazadas (García-Sancho et al., 2014; 2015). Es decir que, cuanto más desarrollada tengamos nuestra inteligencia emocional y, en especial, cuanto mejor regulemos nuestras emociones, menos agresivos nos mostraremos y menos conductas de agresión desplazada produciremos.
El problema no está en las emociones que sentimos, sino en nuestra habilidad para identificarlas, comprenderlas y regularlas, con el fin de poder comportarnos de manera adaptada al contexto y sentirnos bien a nivel emocional.
Ana Isabel García-Izquierdo Peribáñez
Psicóloga y psicoterapeuta
Graduada en psicología, especializada en psicología clínica y psicopatología integrativa por la Universidad Paris Descartes (formación académica, profesional y de investigación), psicoterapeuta con un enfoque integrativo certificada por la ARS de Île de France y Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia.
Buss, A.H. (1961). The psychology of aggression. New York: Wiley
Carlson, M., Markus-Newhall, A., Miller, N., & Pedersen, W., (2000). Displaced Aggression Is Alive and Well: A Meta-Analytic Review. Journal of Personality and Social Psychology, 78(4), pp. 678-89
Dollar, J. (1938). Hostility and fear in social life. Social forces, 17, pp. 15-25
García-Sancho, E., Vasquez, E., & Fernández-Berrocal, P. (2015). Inteligencia Emocional y agresión desplazada tras la inducción de ira en una tarea experimental. VIII Congreso Internacional y XIII Congreso Nacional de Psicología Clínica. Universidad de Málaga. En línea https://riuma.uma.es/xmlui/handle/10630/10756
García-Sancho, E., Fernández-Berrocal, & P., Salguero, J.M. (2014). The relationship between Emotional Intelligence and Agression: A Systematic Review. Agression and Violent Behavior, 19 (05)
Miller, N. (1941). The frustration-aggression hypothesis. Psychological Review, 48, pp. 337-342
Worchel, P. (1966). Displacement and the summation of frustration. Journal of Experimental Research in Personality, 1, pp. 256-261
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