Esta canción del Dúo dinámico sin duda te resultará familiar, pues últimamente nos está acompañando y alentándonos a hacer nuestro mejor esfuerzo por resistir y superar con buen ánimo los momentos de extrema dureza que estamos viviendo. Es de eso precisamente de lo que trata este artículo, la resiliencia.
Seguro que en alguna ocasión te has sorprendido al ver cómo ciertas personas han logrado sobreponerse de eventos traumáticos que parecen imposibles de superar, retomando su vida de manera satisfactoria y con una actitud positiva. Pues bien, esto que nos resulta tan asombroso es la resiliencia, que puede definirse como la capacidad de superar la adversidad pudiendo incluso salir fortalecidos de ella. Esto implica, por un lado, la exposición a una situación de vida difícil o traumática y, por otro, una adaptación positiva a ella por parte del individuo (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000), que le permite retomar su vida en buenas condiciones psicológicas.
El inicio del concepto de resiliencia tuvo lugar a mediados de los años 50, a raíz del trabajo que la psicóloga americana Emmy Werner realizó en Kauai, una isla de Hawai. E.Werner estudió el desarrollo de un gran número de niños recién nacidos en situación de vulnerabilidad (condiciones de vida precarias, abuso, alcoholismo, etc.) durante 32 años y constató que más de un tercio de estos niños lograron desarrollarse plenamente y llevar una vida satisfactoria, a pesar del alto riesgo que presentaban de desarrollar problemas psicológicos. Este estudio sobre los llamados niños resilientes arrojó luz sobre el hecho de que las personas no estamos completamente condicionadas por el contexto en el que hemos crecido y que, incluso en la adversidad, podemos desarrollarnos y crecer de manera saludable e incluso resultar fortalecidas. En este sentido, la teoría del desarrollo post-traumático desarrollada por Tedeschi y Calhoun (2004) sostiene que los individuos, expuestos a un evento traumático, realizan una serie de esfuerzos de adaptación de los cuales emergen cambios positivos con respecto a sí mismos, a sus relaciones interpersonales y al sentido que le dan a la vida, que les lleva a desarrollar un mejor funcionamiento psicológico después de la experiencia traumática (Calhoun, Cann, Tedeschi y McMillan, 1998).
Diversos investigadores, entre ellos Garmezy (1993), comprenden la resilencia como el resultado de una suma de factores individuales, familiares y sociales. Los factores individuales son aquellos que hacen referencia a las características propias de la persona, como sus habilidades cognitivas, su capacidad de reflexión, sus competencias de regulación emocional, los comportamientos que adopta frente a situaciones difíciles, etc.; los factores familiares hacen referencia a características del entorno donde han crecido, como la existencia de cohesión en la familia, de afecto, la presencia y disponibilidad de familiares sustitutos en ausencia de los padres o en caso de problemas maritales, etc.; y, por último, los factores sociales hacen referencia al hecho de disponer de una red de apoyo social en sus múltiples formas (familiares, amigos, instituciones, asociaciones, etc). Sin embargo, todos podemos llegar a ser resilientes (Bonanno, 2008; Masten 2001), en mayor o menor medida, pues se trata de una aptitud que podemos entrenar y desarrollar. Y, de hecho, en cierto modo, todos hemos sido resilientes en algún momento de nuestra vida, pues todos nos hemos visto confrontados a dificultades como la pérdida de seres queridos, las rupturas amorosas, enfermedades y despidos laborales, entre otras, que hemos logrado superar y que nos han fortalecido psicológicamente.
La resiliencia no implica una invulnerabilidad al estrés, no significa que la persona no experimente sufrimiento a lo largo de su experiencia traumática, sino que, pese a ello, es capaz de movilizar sus múltiples recursos personales, así como recurrir a su entorno social, para superar la situación dolorosa y hacer frente a su vida de manera equilibrada. Hablando de recursos personales, el hecho de disponer de buenas competencias de regulación emocional es algo muy positivo que puede resultarnos muy útil en situaciones de estrés. En relación a esto, debemos saber que las emociones positivas juegan un rol fundamental en la regulación eficaz de las emociones negativas y, aunque la idea de experimentar emociones positivas en las circunstancias de vida más difíciles y dolorosas pueda sorprendernos, es algo que ocurre y que, además, predice una buena evolución de la persona. De hecho, algo que caracteriza a los individuos altamente resilientes es precisamente su frecuente recurrencia a las emociones positivas para hacer frente al estrés (Tugade y Fredrickson, 2004 ; Tugade, Fredickson y Barret, 2004). Las emociones positivas en situaciones trágicas resultan de utilidad a la hora de afrontar una situación estresante, pues, además de interrumpir la experiencia emocional negativa, nos permiten recuperarnos antes del evento desagradable y aumenta nuestra capacidad de resiliencia (Ong, Bergeman, Bisconti y Wallace, 2006; Tugade y Fredrickson, 2004 ; Tugade, Fredickson y Barret, 2004).
Partiendo solo de la teoría, parece complicado imaginar a alguien experimentando afectos positivos en circunstancias nefastas en la vida real. Sin embargo, con la ayuda de algunos ejemplos, probablemente esta posibilidad te parezca más evidente. Así pues, podemos fácilmente pensar en esas personas que en situación de duelo sonríen al hablar del ser querido que han perdido, personas que en situaciones difíciles adoptan una actitud activa y resolutiva, personas que tratan de buscarle el lado positivo a la situación o atribuirle un sentido trascendental más fácilmente asimilable; personas que a pesar de las circunstancias difíciles, se apoyan en otros aspectos positivos de su vida o personas que en situaciones dramáticas recurren al humor. Y aprovecho este punto precisamente para destacar algo de lo cual seguramente todos seamos conscientes, y es que, en estos momentos de crisis sanitaria, donde estamos todos con miedo, encerrados en nuestras casas, y donde cada salida que hagamos supone un riesgo para nuestra salud y la de los nuestros, siempre hay quien es capaz de recurrir al humor para lidiar con la situación; o de recurrir a la música, a las artes plásticas, a la repostería, al ejercicio, etc. Otro tipo de estrategias que, a pesar de que requieren de un esfuerzo cognitivo mayor, resultan muy eficaces son el hecho de tratar de darle un sentido más positivo a la situación (Folkman et Moskowitz, 2000) a través de la elaboración de una interpretación más positiva de lo que sucede o a través de la apreciación de otros elementos que surgen en consecuencia, como por ejemplo la solidaridad, la unión social, la responsabilidad ciudadana, el esfuerzo de todos, las muestras de cariño, los avances médicos, etc. Todo esto son maneras de atraer experiencias emocionales positivas a las que podemos recurrir para tratar de afrontar estos difíciles momentos con mayor resiliencia.
Tanto la capacidad de recurrir a emociones positivas en situaciones de vida extremas, como la resiliencia, son aptitudes que todos podemos entrenar (Bonanno, 2008; Masten 2001). Te invito entonces a que aproveches las circunstancias para que descubras y practiques la o las estrategias que mejor se adapten a ti para procurarte emociones positivas. Ojo, no se trata de forzarse a vivir en un estado de falsa felicidad en circunstancias dramáticas, pues sería completamente irrealista y probablemente hasta contraproducente. Se trata de fomentar la existencia de emociones positivas, por sutiles que sean y por insignificantes que parezcan, en situaciones difíciles; pues su discreta presencia, como ya hemos visto, puede ayudarnos a superar con éxito situaciones adversas, desde un punto de vista psicológico. Y no olvides que juntos es mejor, pues, como ya hemos visto, el apoyo social también juega un rol importante para atravesar momentos duros de manera más resiliente.
“ Habrá un día en el que no podamos más y entonces lo podremos todo” (Vicent Andrés Estellés, 1924–1993)
Te animo a que hagas tu mejor esfuerzo para resistir y superar con éxito la adversidad.
Ana Isabel García-Izquierdo Peribáñez
Psicóloga y psicoterapeuta
Graduada en psicología, especializada en psicología clínica y psicopatología integrativa por la Universidad Paris Descartes (formación académica, profesional y de investigación), psicoterapeuta con un enfoque integrativo certificada por la ARS de Île de France y Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia.
Luthar, S.S., Ciccheti, D. y Becker, B. (2000). Research on resilience: Response to commentaries. Child Devel- opment, 71, 573-575.
Werner, E.E. (1989). High-risk children in young adulthood: A longitudinal study from birth to 32 years. American Journal of Orthopsychiatry, 59, 72-81.
Tedeschi, R.G., Calhoun, L.G., (2004). Posttraumatic growth : conceptual foundations and empirical evidence. Psychological Inquiry, 15, 1-18.
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Garmezy, N. (1993). Children in powerty: Resilence despite risk. Psychiatry, 56, 127-136.
Bonanno, G. A. (2008). Loss, trauma, and human resilience: Have we underestimated the human capacity to thrive after extremely aversive events? Psychological Trauma: Theory, Research, Practice, and Policy, S(1), 101–113.
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Tugade, M.M. & Fredrickson, B.L. (2004). Resilient individuals use positive emotions to bounce back from negative emotional experiences. Journal of Personnality and Social Psychology, 86 (2), 320-333.
Tugade, M.M., Fredickson, B.L. & Barret, L.F. (2004). Psychological resilience and positive emotional granularity : Examining the benefits of positive emotions on coping and health. Journal of Personality. Special Issue : Emotions, Personality, and Health, 72 (6), 1161 – 1190.
Ong, A.D., Bergeman, C.S., Bisconti, T.L. & Wallace, K.A. (2006). Psychological resilience, positive emotions, and successful adaptation to stress in later life. Journal of Personality and Social Psychology, 91 (4), 730-749.
Folkman, S. & Moskowitz, J.T. ( 2000). Stress, positive emotion, and coping. Current Directions in Psychological Science, 9 (4), 115-118
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